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Ser blogger: mi máxima incomodidad

Ser blogger: mi máxima incomodidad

Llevaba seis meses de blogger cuando noté algo raro. ¿Voy bien? Me pregunté. Sí. Escribo posts para el blog, alimento el facebook, doy charlas. ¿Y entonces?

No sé. Hay algo.

¿Te gusta lo que haces? Sí.

¿Te gusta los temas que tratas? Sí.

¿Te gusta el formato? Sí.

Pero el runrún seguía, machacón y sutil, escupiendo desazón desde el fondo del inconsciente.

Hay algo, lo sé.

Y mi parte geminiana se empezó a desesperar. Digo geminiano porque un día me explicaron que los que tenemos a este signo en nuestra carta natal (a mí me tocó en la luna), nos volvemos locos cuando no sabemos de qué se trata el problema, qué es lo que no funciona, cuál es el origen del malestar. Necesitamos entender el mecanismo del conflicto para estar más tranquilos, aunque luego el nudo siga estando allí.  

Me contaron, además, una situación típicamente geminiana (una exageración, lo sé). Una avería desestabiliza un avión, que enseguida empieza su caída libre. Todos los pasajeros entran en pánico hasta que el piloto informa: “Uno de los motores está inoperativo y el otro se ha incendiado. Estamos en medio del océano y aproximadamente en ocho minutos impactaremos contra el agua”. Entonces el geminiano respira aliviado. En su esquema mental ya sabe qué es lo que ocurre.

Pero a mí, en cambio, el desentuerto me llegó varias semanas después, justo cuando empezaba a sentir las consecuencias. Cierta apatía, muy poca energía en general.

—No sé qué es —le dije a Samuel, mi pareja—. Pero no me gusta.

Y esas fueron las palabras mágicas que abrieron un torrente de explicaciones.

 

Mundo blogger: Adaptarse ¿o morir?

Ya sabéis que yo empecé a ejercer el periodismo cuando no existía Internet. Muchas veces (aquí viene la ternura y el shock) nos documentábamos en las bibliotecas a través de libros de verdad. Ay. Con esto quiero decir que pasé del paleolítico a la edad moderna de la comunicación en poco tiempo, sin grandes dificultades y con bastantes alegrías. ¡Ah, Internet!

Luego llegaron las redes sociales y el tiempo de community manager. Yo seguía aprendiendo, resolviendo cada dilema paso a paso: ¿cómo hay que expresarse en Facebook?, ¿cómo manejar al interlocutor?, ¿qué es lo que hace que tenga éxito un perfil? Esas cosas.

Y más tarde llegó la independencia laboral en mi vida y, con ella, la necesidad de expulsar a mis bichos internos para poder adentrarme en el mundo de las ventas. Yo que siempre había detestado a los comerciales (perdón, chicos, no era yo, eran mis creencias), me tuve que hacer un lavado interno para sentirme limpia y digna a la hora de ofrecer mis servicios a cambio de dinero.

La adaptación, hasta allí, bien.

Pero siempre hay más. Y después de seis meses de blogger en Y SI DE REPENTE, me di cuenta de que la inquietud venía por otro lados. La espinita podía resumirse así:

¿Hasta dónde tenemos que adaptarnos a las necesidades del marketing?

  • Si yo estoy en las antípodas de Twitter y me desparramo en palabras con cada idea, ¿debo reducir mis textos porque «la gente ahora lee menos»?
  • Si tengo el título perfecto de un post, ¿debo cambiarlo por otro con una palabra clave suculenta que me posicione mejor en los buscadores y me lleve a la gloria?
  • Si la clave está en conseguir suscriptores, ¿tengo que decirte “ey, suscríbete” a cada párrafo?

Y por fin di con el nombre y el apellido de mi incomodidad: temía renunciar a mi voz por las exigencias del negocio.

—No hay otra salida. Tienes que ser auténtica­— me dijo Samuel sonriendo (creo que siempre sonríe en estos momentos cumbre. Y yo se lo agradezco con las palmas muy juntas).

La palabra “auténtica” resonó entre mis orejas. Y entonces sentí un latigazo en el pecho: era el miedo de fracasar siendo yo misma. Y al segundo, no sé por qué, vino a mi mente Björk (me imaginé a su manager intentando amaestrar su power; “¿No ha pensado, señorita, introducir unos acordes de guitarra española, que ahora se llevan mucho?”). Vi a Camilo José Cela al pie de su máquina de escribir poniendo un solo punto en la novela (para desesperación de su editor), a Agassi vistiendo con pantalones fosforito en una pista de tenis horrorizada con el sacrilegio de color.

Ahora respiro. «No pierdas tu esencia», me digo, mientras cuento los likes.

Hace poco hice una entrevista (a la coach y artista Miriam Subirana) que acabó así: “Tú eres una barca que circula en el río de la vida”, me dijo. “Encuentra tu propio cauce, que será el que te lleve al mar. Y ten precaución: fluye navegando sobre el agua pero no dejes que el agua entre en tu barca, porque entonces te hundirás”.

Sonrío yo también mientras observo mi actividad mental como si fuera una pantalla de cine. No dejes que el agua entre adentro, Ana Claudia, que las fórmulas no se apropien de ti, que las tendencias no te arrastren y que puedas reconocerte siempre. En las buena y en las malas.

Sé que el trabajo no ha hecho más que empezar y que es sutil (¿cuál es el límite entre adaptarse al medio y morir fagocitado por las tendencias?), pero también sé que esta noche por fin dormiré tranquila. Mi luna geminiana ya sabe.

 

¿Y tú qué opinas? ¿Adaptarse o morir?

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Ana Claudia Rodríguez

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Ana Claudia Rodríguez

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