Hace poco quedé con M para tomar un café. “Llego tarde. Dame diez minutos más”, me avisó. Y cuando nos vimos se disculpó:
—Me había olvidado de pasar por la farmacia.
—¿Estás bien?— le pregunté.
Y, con aire despreocupado, me respondió:
—Sí, sí. Es solo que dentro de poco tengo una mudanza y, como sé que voy a estresarme, he ido a comprar medicamentos para las anginas. Cuando estoy desbordada siempre me enfermo de la garganta.
Yo me quedé pensativa unos segundos (en silencio y con la cabeza un poco inclinada, como los perros cuando esperan algo de ti). Y aunque no volvimos a hablar del asunto, la idea no se despegó de mí durante todo el día. Había algo en ese razonamiento que no acababa de encajar. Algo.
Entrenarse para ser Joe Dispenza
Al llegar a casa por la noche vi encima de la mesita del comedor el libro de Joe Dispenza, Deja de ser tú. Y me dije: ajá. La cosa va por aquí. Joe Dispenza es un crack, un científico estadounidense que indaga en las posibilidades del cerebro para crear situaciones, para cambiar las circunstancias de la realidad con la mente. En su libro, el autor describe mecanismos que parecen de ciencia ficción, de verdad.
Su razonamiento, muy resumido, es éste: (1) el 99% de lo que existe –y somos- es energía, y menos del 1% es materia, por eso (2) lo que recreamos energéticamente con el pensamiento tiene la capacidad de convertirse en realidad.
Lo comprobó en sus propias carnes en 1985. Él era un atleta muy activo pero un día, montando en bicicleta, chocó contra un camión. El médico le dijo que no volvería a andar nunca más. Y en California los cirujanos le aseguraron que la única salida era operar. En ese momento, el joven Joe Dispenza toma una firme determinación. No pasar por quirófano. En vez de eso, se dedicaría a usar su mente para recuperar el cuerpo. Y funcionó.
Para eso se licenció en Bioquímica, en Neurociencias y se doctoró en Quiropraxia. Y sus investigaciones siguen hasta el día de hoy. En Deja de ser tú leí unas conclusiones que me dejaron mirando el techo un buen rato. Escucha esto: un grupo de personas experimentó el mismo avance al reproducir mentalmente sus ejercicios de piano (SIN MOVER NI UN CENTÍMETRO DE SUS DEDOS) que los que lo habían hecho físicamente.
(¿Holaaaaa? ¿Cómooo?)
Y también contaba Dispenza cómo su hija logró exactamente las vacaciones que quería solo focalizándose en su objetivo y comportándose como si ya lo hubiera conseguido. En una entrevista el científico decía que prepara a sus hijos para que creen su propia realidad. “Hacen los ejercicios como un niño juega a tenis, practicando mañana, tarde y noche. Así ejercitan su mente. El trabajo consiste en sentir aquello que desean con su mente y cuerpo, como si ya hubiese sucedido”.
El cambio: ¿amenaza o aventura?
Como un flash, todo esto pasa por mi cabeza en cámara rápida al ver el libro en la mesita. “Prepararse para el estrés es instalar en tu mente el software Voy a estar estresado”, pienso. Y me doy cuenta de la facilidad con la que todo el tiempo etiquetamos situaciones, adelantándonos a un desenlace catastrófico. “Seguro que suspendo”, “me va a decir que no, ya verás”, “vivir de un blog es dificilísimo”. Nos tiramos piedras sobre el tejado. Utilizamos el lenguaje en nuestra contra sin descanso y reforzamos contínuamente esa idea de que no somos capaces, de que no lo vamos a lograr, no insistas más.
Me siento en sofá –mirando el techo, otra vez- con esta pregunta dándome vueltas: ¿cuándo empezamos a tomarnos los momentos de cambio como potenciales picos de estrés, como amenazas? ¿Cuándo dejó de ser una aventura cambiarse de casa, explorar un nuevo trabajo, quedarse embarazada?
Miro el ventilador, en pausa, bocabajo. Y pienso que, después de tanto tiempo, hemos llegado a un pacto como sociedad: nos decimos a nosotros mismos que hoy estamos salvados si habitamos la rutina gris, y que si mañana ocurre algo nuevo, estaremos perdidos indefectiblemente. Somos nuestro propio Judas. Nos traicionamos a nosotros mismos (nos besamos a la europea, un beso en cada mejilla) y el resultado es un paisaje escrito con letras muy pequeñas, minúsculas.
¿A qué esperamos para cambiar?
NOTA: Joe Dispenza me da muchísima curiosidad. Antes que él, muchos otros apuntaron hacia el mismo lugar (nuestra capacidad para crear a través de los pensamientos). Pero ésta es la primera vez que lo sustenta una base científica tan indiscutible. ¿Hasta dónde llegará Dispenza?