Cuando tenía siete años, junté todos los exámenes que había hecho en la escuela, quité las pruebas con calificaciones por debajo del 8, y presenté el resultado adulterado a mi tía Isabel. Naturalmente, todo fueron alabanzas. ¡Qué pequeña genio tenemos en casa!
Esa es la primera treta que recuerdo a la hora de construirme un personaje querible. Dicen que a los tres años empezamos a disfrazarnos y manchar nuestra autenticidad para obtener reconocimiento. Ay, cómo nos gusta que nos quieran y qué bien nos sientan los aplausos, aunque no sean del todo merecidos, ¿eh? Eso pensaba yo, pero luego me fui dando cuenta de que, demasiado a menudo, ese alter ego mío se tensaba, se comparaba, se acartonaba. Fingía.
Mala cosa.
Así que empecé el proceso inverso: el divorcio con mi mitad ficticia. A veces, ha sido como ir a la playa sin depilar: te da vergüenza al principio, miras a todos lados, pero luego… ¡buf, qué libertad!
Creatividad y vergüenza
Otras veces, en cambio, la máscara ha estado tan pegadita que ha sido difícil desincrustar. Me pasó al empezar a hacer vídeos para Y si de repente (te lo conté aquí). Y, últimamente, al escribir las entradas del blog. ¿De verdad, Ana Claudia, que tienes que pasarte tantas horas para redactar un texto de dos páginas? Perfeccionismo a la vista. Auxilio.
Por eso me apunté a un retiro el fin de semana pasado. Se llamaba “Disolver el Juez Interior: Sanar la herida de vergüenza y desvalorización”. Me venía que ni clavao. Y además lo hacía Ketan Raventós, de Sammasati, que me encanta y con el que desde hace años me voy a pegar de vez en cuando un repasín interior.
Esta vez mi pregunta era: ¿por qué me da tanto miedo mostrarme tal como soy? Y en tres días, lo descubrí. Además –aleluya- aprendí algo impactante: qué hacer para tener más creatividad.
Mira este vídeo, aquí te lo cuento todo:
Responder para avanzar
En las dinámicas que hicimos durante los dos días de retiro aparecieron cosas muy suculentas. Por ejemplo, cuando contesté a estas preguntas: ¿Qué ideas de vergüenza tengo en mi mente relacionadas con a) mi cuerpo, b) mi trabajo, c) mi relación con el dinero d) mi personalidad y mi energía e) el sexo y mi sexualidad f) mi creatividad? (Contéstalas, ya verás) Mis respuestas son las que nutren a mi vocecita interior y que, aún sin darme cuenta, me susurran en el momento menos pensado: “no eres lo suficiente”. Y entonces, claro, se va todo al carajo.
Ketan nos repartió unas hojas y allí subrayé un párrafo que lo explica muy bien:
“Si observamos nuestra vida actual, tal vez nos demos cuenta de que muchas cosas que hacemos son compensaciones para evitar sentir algo. Por ejemplo: estar haciendo un trabajo que no me gusta, donde no puedo desarrollar mi creatividad, donde me siento estancado. Mi corazón me pide dejarlo y poner mi energía en un proyecto personal que me apasiona, pero siempre tengo excusas para no hacerlo. ¿Por qué no dejo el trabajo y pongo mi energía en mi pasión? Porque no quiero sentir las inseguridades que se despertarían si dejo el trabajo (la seguridad financiera), mis sentimientos de que no soy suficientemente bueno en nada. No quiero sentir mi miedo al fracaso. Prefiero no arriesgar”.
¿Por qué no dejo el trabajo y pongo mi energía en mi pasión? Porque no quiero sentir las inseguridades que se despertarían.
Y sigue:
“Es humano no querer enfrentarse a la inseguridad y a los miedos que se despiertan ante un reto, ante un cambio. Pero si queremos crecer, sentirnos vivos, necesitamos tener el coraje de aceptar nuestros miedos e inseguridades como parte de la vida (…). Si no, te estancas, detienes tu crecimiento, la posibilidad de desarrollar tu creatividad, de crecer en confianza y autoestima”.
Ahora me siento muy bien. Han pasado cinco días, y no te diré que mi autoestima es una pared impecable sin fisuras, pero algo ha cambiado en mí. Creo que puedo identificar más fácilmente a mi saboteador interno y, cuando lo reconozco, ya no le doy tanto poder.
Han pasado cinco días y estoy contenta. Esta semana escribí un montón.