—Papá, ¿tú qué piensas de las personas que tienen dinero? — pregunto al teléfono. Y él contesta rapidísimo:
—Pues que han trabajado toda su vida como negros o que son unos ladrones.
Hasta los diez años nuestro cerebro es una esponja: una habitación abierta sin vigilancia en la entrada, que deja pasar a todo el que quiera. No cuestiona, no tiene filtro.
Tras la primera década de vida, empezamos a desarrollar una especie de autoprotección. Un timbre por aquí, una rejita por allá, unos horarios y un cartel que dice “se reserva el derecho de admisión”. Pero para entonces, las ideas que se colaron en nuestra infancia, para bien y para mal, ya encontraron su rincón favorito y se apoltronaron como si el espacio fuera suyo. Como si ellas fueran el espacio. Y nosotros, claro, también nos confundimos: pensamos que esas ideas, por estar allí desde muy temprano, forman parte de la realidad indiscutible. Y que nada en el mundo es capaz de derribar tamaña verdad.
Si papá y mamá dicen que el dinero es malo, que es difícil de conseguir, que siempre genera conflictos, ¿quién soy yo para llevarles la contraria?
Si papá y mamá dicen que los que tienen dinero son unos ladrones o engañan a las personas, ¿cuántas estrategias generaré en mi vida para evitar tener dinero? (¿hay alguien sobre la faz de la tierra que quiera ver torcer el gesto del progenitor cuando oye su nombre?).
Cuando caí en la cuenta del mecanismo, tuve un poco de trabajo para desenredar el entuerto. Escúchame: si tu madre es de familia bien y tu padre de origen humilde, ¡explícame qué clase de líos mentales se pueden colar en tu subconsciente!
Cloaca interior
“Papel y lápiz. Rápido”, me dije. Y empecé a escribir mis creencias sobre el dinero en la página 177 del libro El camino del artista, de Julia Cameron (qué librazo, por cierto).
- La gente con dinero es________________________
- Yo tendría más dinero si______________________
- Mi padre pensaba que el dinero era_____________
- Me temo que si tuviera dinero_________________
- En mi familia el dinero provocaba____________
- El dinero es_________________
- El dinero causa_______________
- Cuando tengo dinero suelo____________
- Tener dinero no es_____________
Buf. Cuando acabé de escribir tenía la misma cara que cuando te salpican agua fría en plena sesión playera. ¿En serio todo eso estaba dentro de mí? “Los que tienen dinero son injustos, son tacaños, son pijos y tontos, y además promueven la desigualdad en el mundo”. ¿De verdad pretendía tener una vida abundante con esa cloaca interior?
A mí cuando me miran mal en algún sitio, cojo la puerta y me largo. Y al dinero parece que le pasa igual. Quizás no había sido consciente de ello, pero yo rechazaba la abundancia con todas las de la ley.
Y en mi vida, por ese camino, estaba destinada a ser la eterna cenicienta.
No es el dinero. Eres tú.
En plena desinfección interior, me acordé de lo que el coach Juan Naranjo me había dicho hacía mucho tiempo: “El dinero no es bueno ni malo, es neutro. Lo único que hace es potenciar tu interior”. Cargamos sobre él una larga lista de creencias que, en la mayoría de los casos, nos impide conseguir la tranquilidad económica.
Si tiramos del hilo –atención que viene curva- detrás de la carencia se camufla una falta de definición sobre qué es lo que queremos hacer con nuestra vida. Y la parte económica nos sirve de excusa para no dar con ese punto de partida, que es fundamental para la plenitud personal y, en consecuencia, económica. Duro, ¿eh?
Antes de definir el proyecto Y si de repente, mis temores puestos en fila daban tres vueltas al globo. Miedo al ridículo, miedo a fracasar, miedo a la competencia, miedo a las críticas. “Es que no tengo dinero para empezar”, decía. Y esa era mi trinchera estrella.
Tenemos un montón de justificaciones para no arrancar (aquí ya habíamos hablado de nuestras excusas top ten, ¿te acuerdas?). El otro día, sin ir más lejos, se me apareció en la calle una de ellas:
La cosa fue así:
Me encuentro con una amiga. Quiere organizar una exposición con la obra de varios artistas y venía, ella, de hablar con la directora de la sala.
—¡Qué bien!— le digo —¿Y qué tal pagan?
—No sé, no lo he preguntado— me contesta bajando la mirada —Yo esto lo hago por amor al arte, no por la pasta.
Y entonces sentí que tres cientos capilares me reventaban de golpe.
La costra ideológica financiera
Y no me enervo por falta de empatía (yo también he estado allí) ni por el espejismo de la superioridad (¡válgame dios! todos nadamos en la misma agua fría). Me altero, más bien, por rebeldía: me solivianto contra esa costra ideológica que heredamos, o que nos creamos nosotros mismos, y que no nos deja respirar. Es una soga al cuello invisible a la que, sin querer, le sacamos brillo cada día. “Ser pobre tiene su rollo auténtico”, “solo unos pocos pueden vivir bien”, “la pobreza tiene su lado noble”.
(Y mientras escribo esto me irrito otra vez. Siento la fuerza de la rabia y su calor).
La buena noticia es que la costra maldita tiene su talón de Aquiles. Los pensamientos falsos que sostienen nuestra opinión sobre el dinero, pueden desmontarse cuando los miras a la cara con honestidad. Lápiz, papel y valentía. Y el paso siguiente es encontrar los recursos para neutralizar el poder de esas ideas. Un libro, un vídeo de Internet, alguien que rompe el estereotipo, que pulveriza el cliché.
(Para desmontar mi patrón financiero durante una semana me fui a dormir con un audiolibro, Los secretos de la mente millonaria, medio en serio, medio en broma. Y flipé. Flipé también cada tarde que Juan Naranjo –la gota en la piedra- se dedicaba a desmontar mis creencias hostiles contra el dinero. Y flipé sobre todo cuando busqué, y encontré, a personas con la economía resuelta y que a la vez eran potentes, generosas y luchaban por un mundo mejor).
Si me preguntas ¿y para tener dinero, qué? Visto desde fuera, la fórmula es la de casi siempre: Honestidad para mirar hacia adentro y localizar los bloqueos; planificación para ordenar y proyectar el paso siguiente; y luego, ah, el vuelo. Visto desde dentro, constancia, confianza y, sobre todo, mucha paciencia para despedir a esas ideas que desde tan pronto formaron parte de ti.